domingo, noviembre 26, 2006

Gargallo y el vacío


Pablo Gargallo nació en 1881, igual que Picasso, pero él se dedicó a la escultura. Murió relativamente joven, en 1934, tres años antes de que el pintor hiciera el Gernika. Para entonces había conseguido, por lo menos, tener una trayectoria que revolucionó el volumen y vivir de su trabajo, aunque hay que decir que no siempre de manera holgada. Así en general no es poco, la verdad.

Para el público en general debo decir que hasta el 28 de enero del año que viene, si una va a La Pedrera y pasa el bolso por un escáner (supongo que por si llevas armas, cámaras de fotos, o lo peor de lo peor: líquidos) puede entrar a una exposición muy interesante sobre su obra. Es gratis.

La historia empieza con un muchacho de la Fraja de Ponent que llega con su familia a Barcelona en la época de la emigración de finales del siglo XIX, una vez aquí estudia en la Lotja y aprende a hacer esculturas clásicas, de piedra, redonditas, de esas que dan ganas de tocar con toda la mano y darles palmaditas. Cuando tenía algo más de 20 años se va a París y allí estudia a Rodin: en esa época las obras de Gargallo toman, de repente, un deje de escultura atormentada y secreta.

Pero para mí lo mejor vino mucho más tarde. Según su hija Pierrette, llegó un momento que Pablo empezó a hacer máscaras con láminas de bronce porque era una manera barata de producir esculturas, él prefería trabajar en yeso pero nadie pagaba por una escultura de un material tan blando y tan poco lucido. Con la necesidad llegó la virtud y, después de muchos estudios, probaturas y fracasos empezó a hacer evidente lo que no está...

Gargallo fue capaz de mostrar algo que toma importancia, en realidad, porque no está, porque se ha creado un marco para que pueda existir pero aun así no existe. Es su propia inexistencia la que le da sentido. El vacío pone de relieve que no está y es entonces cuando en realidad existe. Como tantas otras cosas.

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